Mariano Molina
entre multitudes
Mariano Molina
tiene la capacidad de crear una obra poética a partir de situaciones que se
presentan en su camino y que impactan por haber encontrado una forma de
expresión estética que evidencia un paso adelante en la pintura mural. Fluida y
permeable, fiel al mundo que le rodea. "Tengo la impresión de que si me
quedo sólo en la 'pintura, me estoy perdiendo de otras posibilidades de
investigación que me resultan igual de interesantes. Conocer y trabajar en
video siempre fue una necesidad latente. En este momento estoy particularmente
interesado en proyectos que unifiquen ambas experiencias".
El artista
responde a las manifestaciones de una época en que la tecnología deja una marca
visible en sus procesos y es utilizada de forma aparentemente simple;
proyectando imágenes fotográficas o de video, que congela y trabaja previamente
en computadora para luego aplicar la pintura sobre un muro o tela con
aerógrafo, como si fuese un fabricante de nubes, donde las figuras de cerca son
sólo manchas difusas, y al tomar distancia, éstas adquieren sentido y consiguen
expresar lo sustancial de una situación con una atmósfera casi onírica muy
particular. "Respecto a la tecnología, paso mucho más tiempo trabajando en
el PC que pintando, por lo cual hoy por hoy me resulta imprescindible. Creo que
desde un principio tuve muy presente a la tecnología a la hora de pensar mi
obra", explica Molina.
Las protagonistas
son las multitudes que se forman eventualmente en concentraciones políticas, en
conciertos, por situaciones dramáticas o simplemente son gente que transita por
las calles. Mariano Molina nos invita a reflexionar sobre las relaciones
sociales y el valor de las mismas en nuestra vida cotidiana, al tiempo que la
individualidad se toma difusa. "No suelo elegir conscientemente una imagen
porque esté relacionada a cuestiones personales. En el caso de los grupos, me
interesa el conjunto, pero no suelo concentrarme en las actitudes particulares
de cada uno. Generalmente utilizo las fotografías que tomo en el centro de la
ciudad de Buenos Aires. Cada personaje, si bien está en medio de una
muchedumbre, seguramente está sumergido o concentrado en sus problemas
particulares y por eso imagino que la actitud de cada uno de ellos es solitaria
y no de conjunto, a diferencia de aquellas fotografías que tomé de recitales,
en donde todos están en actitudes similares y los agrupa un mismo
interés", señala.
La monocromía es
parte de su acertada elección para transmitir el latido de la vida urbana
contemporánea. Sus composiciones son simples y armónicas y predominan los
grises y azules sin disonancias. En algunas obras el color rojo -con toda su
carga connotativa- enfatiza el tema o la situación.
Los formatos son
importantes a la hora de transmitir sentimientos o conseguir el aura. "Es
en grandes dimensiones donde me siento más cómodo. Mis primeras intervenciones
murales nacieron en parte por este gusto o necesidad de trabajar en tamaños
imposibles de realizar en tela. Suelo usar los pequeños formatos para experimentar
o ensayar ideas, aunque tengo algunas obras pequeñas que me resultan tan
fuertes e pregnantes como las de gran tamaño, sobre todo aquellas realizadas en
secuencias."
Los títulos de
las obras a veces deben ser tomados en cuenta como en el caso de este artista,
en que aportan al sentido buscado con la expresión plástica: Monkey Business;
Rock is not Dead; Repetición Reverberante; Con Secuencias; El centro de las
Miradas; Tum Right; Right Tum; Unísono; Clips, Puntos de Vista; Mimesis;
Pixeladas; Entramados.
La investigación
es parte integral del trabajo de Mariano Molina y el unir su labor con el de
otros profesionales ha ampliado su mundo de posibilidades, encontrando nuevas
dimensiones. "En ell año 2004 conocí en una residencia para artistas en
Estados Unidos al compositor Matías Giuliani y comenzamos a desarrollar
proyectos interdisciplinarios de materiales audiovisuales. A raíz de uno de
estos proyectos fuimos invitados a la residencia Interart 2006, creada
especialmente para trabajos conjuntos entre compositores y artistas visuales.
Desde entonces hicimos obras como "One" y "Unísono", esta
última presentada en Estudio Abierto Centro en Buenos Aires. Esto influenció
fuertemente mis pinturas de esa época, lo que se reflejó en la serie
"Con-Sequences". Luego realicé mi primer video clip para el track
musical "Long shadow", del dúo de DJ's Soundexile.
Para éste,
utilicé material que filmé en septiembre de 2001 en Nueva York, justo después
de los atentados terroristas. Ahora estoy especialmente interesado en unificar
todas estas experiencias. Mi idea es pintar sobre tela o mural fragmentos de
una proyección de video en cámara lenta. El resultado será un conjunto de
"rastros" del video, que por supuesto estará previamente editado para
tal fin".
"Esta
necesidad y gusto personal por trabajar de manera grupal me motivó también para
realizar varios proyectos en colaboración con el artista Augusto Zanela.
"Mezclábamos" –por decirlo de alguna manera- la esencia de nuestros
respectivos trabajos.
Cecilia Bayá Botti
. critica de arte
Revista Arte
Allimite – Chile – Septiembre 2009
Manos Libres
Desde hace muchos años Mariano Molina
presenta obras en las que fuerza la mirada del espectador. Este artista visual
juega con la perspectiva y le agrega efectos ópticos a sus obras. Por ejemplo,
ha utilizado la técnica de anamorfosis, que sirve para crear ilusiones ópticas
(Sobre el césped de la canchas esta técnica se utiliza para poner publicidad
con apariencia de volumen).
En su última muestra, las multitudes borrosas
recuerdan los movidos días de la crisis económica del 2001 en Argentina. Las
imágenes entronizan una especie de protagonismo colectivo, pero donde fondo y
figura no son tan claros. Tampoco era claro el lugar que teníamos la mayor
parte de los argentinos por aquellos días.
En las primeras multitudes creadas por
Molina las personas eran casi de tamaño natural, sino algo más grandes. Luego
vinieron las vistas de esas multitudes como congeladas por una cámara con
"zoom", en las que sólo unos pocos estaban en foco y se podían
individualizar. En esta muestra recurre a su serie "Textuales", en
donde las multitudes se minimizan y son imágenes en pequeños papeles, que
entran dentro de su puño, y éste cobra una dimensión colosal, en telas de 2 x 1,50 metros . La palma
de la mano es la protagonista de esta muestra entre la quiromancia, las líneas
como destino o como autopistas para los autos que las transitan. Su mano como
un lugar en donde converge el universo, como el mítico punto en "El
Aleph" borgeano.
En otras obras las masas son perforadas
visualmente por puntos blancos, como una ráfaga de disparos sobre ellas. Las
obras donde utiliza el rojo y el azul ya estaban antes de su partida a la
residencia que lo llevó a Londres, en 2009, pero ahora se ven enriquecidas por
los conocimientos de neurociencia adquiridos (ver nota principal). De manera
simultánea a la muestra en Londres, se puede visitar la montada en Buenos Aires
en Hotel A, art Gallery, en Azcuénaga 1268.
Nanu Zalazar Gaceta Mercantil
– 20/1/2012
Cuando la pintura se transubstancia en reflexión
El artista Mariano
Molina en una muestra donde juegos lingüísticos son puestos en cuestión en
clave plástica, a fin de crear posibilidades de construcción reflexiva sobre
los alcances polisémicos de la imagen.
Un
estado de extrañamiento, de turbación, de inquietud, que lo es más, por creer
efectuarse un ejercicio que se llega al punto de familiarizarlo, de
considerárselo casi habitual: contemplar imagen. Una obra, encausada claramente
dentro de un lenguaje reconocible por aquello que se deja mostrar en primera
instancia, pero que a pesar de sus cualidades identitarias, resulta no
contentarse con el solo uso de aquello que le da su razón existencial, pudiere
tal vez apreciarse en la exposición que el artista acaba de inaugurar el pasado
miércoles en Art Hotel de Barrio
Norte.
La
inadecuación de un lenguaje que pareciere querer ser otra cosa o más que sí
misma, hacen por lo menos propender una interpelación al entrar en contacto e
identificar el canal de lectura. Ir a tientas hasta tomar la dirección o
direcciones para orientarse en clave de que dialogar con la obra, implica en el
mejor de los casos un involucrarse a costa de no solo un disfrute, sino muy por
el contrario, como todo hecho de reflexión: un esfuerzo mental, que
indefectiblemente requiere tiempo y que calara mal que nos pese o no,
retumbando en nuestro interior.
Difícilmente puedan encontrarse objeciones sobre la notable presencia
icónica de la obra de Mariano Molina, puesto que su factura e impacto visual
hacen de ella una pintura que frente a la misma, no se sale indemne. El impacto
que todas generan y poseen, hacen que por la sola imagen se valgan a si mismas
y resulten merecedoras de la admiración que se evidencia en quienes las
aprecian. Son obras que denotan claro dominio en su resolución, donde nada
parece escapar a designios del autor. Aunque sin embargo parecen haber cosas
que escapan al control de su realizador; un misterio desbordante, que rebalsa,
dando lugar a sentidos no previstos, creados por los inquietos actores que
sobrepuestos del cautivo visual, someten esas imágenes a análisis.
El
artista supone un emparentamiento con predecesores del Pop y el Op, que
posiblemente uno pudiere coincidir con ello por lo resoluto de sus lienzos, por
el bagaje del cual se vale, como así también por la excitación retiniana a la
cual acude en algunas de ellas. No obstante, la semantización que en las mismas
subyace y la dialéctica lingüística que pone en juego en sus obras, cuanto nos
permitiría vislumbrar, son tránsitos hacia otros caminos que resultan tal vez menos fácilmente
aprehensibles, para los cuales aun no haya rutas trazadas o identificadas en
los mapas, generando incertidumbres, inquietudes y obligando a conjeturar sin
preconceptos.
Los
lazos parentales que pueden verse en la obra de Molina, no necesariamente
determinan continuidad de preceptos genealógicos. Uno porta una historia
consigo, la cual tiene un respectivo peso, pero ello no implica una veneración
que devenga en sostén de una tradición en la dirección profesada por sus
progenitores. Ya que un camino, por mas claro y definido que fuere, puede
poseer grietas, bifurcaciones y cambios de ruta. Filtraciones que acaecen en
contaminaciones, que contrariamente a cuanto pudiere asociarse, no hace mas que
nutrirla con matices, obligando un distanciamiento de sus mayores, de sus
predecesores. El artista tal vez propone, una especie de orfandad que puede
erigirse sola, sin resguardo, prescindiendo de paternalismos, hasta el punto de
vislumbrarse en sus trabajos des-obediencias, no como meros actos de rebeldía,
sino como fruto de profundas reflexiones materializadas plásticamente.
Este corpus de obra, esta
creado en pos de discursividades que no sigue mandatos parentales, que hace
dificultosa su inscripción por su no conformismo a las cualidades intrínsecas.
Una imagen que turba, no por su oscuridad puesto que su profundidad esta
filtrada cromáticamente. Es una pintura que puede proponer mas de un estadio de
dialogo que aquel natural asignado con el de la presencia icónica. Un tipo de
excedente que se aprecia imposibilitado de absorber en un espectador, que
busque bastarse con la sola superficie de la imagen, por mas atractiva,
notablemente rica y cautivante que esta fuere. Puesto que eso que evidencia, no solo es tal, sino que
quiere ser más; es una imagen de exceso devenida en reflexión.
Por Juan Francisco Acuña
Mariano Molina. Obras del 2005-2010, de las
series “Wor(l)d Game”, “Reflexiones sobre la imagen” y “Textuales”. espacio de exposición de ART
HOTEL, Azcuenaga 1268 (Arenales y Beruti), CABA.
Acto reflejo
La pintura
es, en primer lugar, una afirmación de lo visible que nos rodea y está
continuamente apareciendo y desapareciendo, afirma John Berger.
En busca de
una teoría de lo visible, John Berger afirma la necesidad de la pintura como un
impulso destinado a garantizar la presencia de gentes, cosas, situaciones. En
el terreno de la praxis, como un acto reflejo, Mariano Molina cultiva
cuidadosamente este recurso y con él retiene no sólo presencias sino la misma
práctica de pintar, reivindicándola desde sus recursos de representación más
tradicionales, para ponerlos a prueba con las posibilidades contemporáneas,
tanto en términos de materiales como de visibilidad.
Entre sus
frisos, uno aparece como posible llave de lectura. En una trama continua de
fragmentos rítmicos, verticales, sucesivos, una secuencia de gestos permite
intuir una pequeña historia. Semejanzas y proximidades de rostros en grisalla,
algo dicho al oído (o quizás un beso), exponen cierta complicidad: un secreto
que se transmite, una tradición que se retoma. Como alegoría de la pintura,
este friso – al que se suman otros de la misma serie- establece una conexión
entre tiempos: los de la representación naturalista, los de la abstracción
geométrica, los de una configuración cinética de la superficie. Sucesión y
simultaneidad, dos términos que definen algunos aspectos del trabajo de Molina
que parecería estar buscando doblegar la (im)posibilidad del tiempo en la
pintura.
Accidente
controlado, es otra de las nociones que aparece como recurso explicativo ante
sus imágenes. Action painting, y piezas de la serie Tiro al blanco hacen
emerger aquel concepto acuñado por Siqueiros en el Experimental workshop, que
se convertirá en uno de los sustratos del expresionismo abstracto. Como citas
de ese pasado de la pintura, estas obras presentan en un mismo plano la
representación y su dilución, la figura y la mancha en lucha. Un complejo y
cuidado sistema de enmascaramientos, proyecciones, pistolas neumáticas de
pintura, pinceles y formatos en serie, completan la descripción de los recursos
que Molina pone en juego para sostener este ya antiguo ritual que es la
pintura, destinado a cultivar la posibilidad de construir presencias, de
afirmar obstinadamente la condición física de lo existente y con ella, su
fugacidad.
Diana B. Wechsler
- Buenos Aires, marzo 2013
Texto de la muestra "Acto Reflejo" Quimera del Arte - Buenos Aires mayo 2013
Resiste la pintura
Mariano Molina, reconocido por sus asombrosas e ilusorias
pinturas, exhibe en Quimera del Arte (Humboldt 1981). En “Acto reflejo”, Molina
trabaja con fotografías propias o ajenas, que modifica digitalmente y despoja
de su carga simbólica y contexto original. Aun antes de su colaboración en
Inglaterra sobre la percepción visual con el neurocientífico Rodrigo Quian
Quiroga, que sostiene que “los ojos comunican señales en código binario y luego
el cerebro crea las imágenes”, el artista ya reemplazaba las presencias por
múltiples sombras de colores, o blanco y negro, convirtiéndolas en registros
pictóricos atractivos y borrosos, quizá sumando entramados con círculos o
cuadrados, que las ocultan y, a la vez, las descubren; con texto de Diana
Wechsler.
Por Victoria Verlichak
Revista Noticias 17/05/2013
Mariano Molina: revival provocador08/07/2014
Por
Florencia Ortolani. Profesora de Bellas Artes y crítica de arte.
(Argentina)
1999 fue un año de inflexión en
la promisoria carrera artística de Mariano Molina. Tras su paso por el grupo de
análisis de obra de Luis Felipe Noé, obtiene la mención de honor del premio
Palais de Glace a Nuevos Pintores. Respetable comienzo para este joven artista
argentino recién egresado de la entonces Escuela Nacional de Bellas Artes
Prilidiano Pueyrredón. A partir de allí y fruto de un notable y prolífico
trabajo, premios y reconocimientos se suceden año a año. Como la beca de la
Pollock-Krasner Foundation en 2008 o la más reciente mención en el Salón
Nacional de Artes Visuales 2014 con su obra Big
Bang de la serie Rush.
Durante todos estos años Molina no ha dejado de experimentar y reinventar su trabajo. Su obra ha sabido atravesar y salir airosa de casi todos los géneros, pero siempre con una clara tendencia hacia la pintura, las herramientas de composición tradicionales y el uso casi exclusivo del aerógrafo. En este sentido, la gran aceptación de su trabajo entre público y jurados prestigiosos, estaría en estrecha relación con una bien lograda síntesis entre la tradición y los nuevos rumbos del arte en los albores del siglo XXI. Entre el revisionismo y la provocación.
Su producción se encuentra en colecciones privadas, en galerías de arte y en intervenciones urbanas alrededor de Latinoamérica. Pero también al lado de la ciencia. Entre los años 2009 y 2011 gracias al subsidio del Leverhulme Trust, Molina junto a otro argentino, el neurocientífico Rodrigo Quian Quiroga, realizaron un proyecto singular: trabajaron, cada uno desde su disciplina, la percepción visual frente a determinados estímulos. El resultado dio lugar a una exposición en la Universidad de Leicester, que suscitó interés incluso entre revistas científicas como Lancet Neurology.
Este aspecto había sido explorado por Molina en El centro de las miradas de 2008 y aunque no pensara aún en términos neurocientíficos, sí pretendía guiar la percepción. En este trabajo monocromático de la serie Textuales, la mirada del espectador es conducida a través de una multitud extasiada fuera de foco hacia un punto perfectamente nítido y central. Encuadres de inspiración fotográfica y la figura humana, sobre todo inserta en masas homogeneizadas, son recursos extensamente explorados por el artista a lo largo del tiempo y a través de toda su producción.
En cada una de sus series ha cuestionado, implícita o explícitamente, los lugares comunes de la pintura. Así, en la serie Reflexiones, repone la noción de mímesis en el arte como dos realidades que se fusionan hasta hacerse inteligibles o bien descompone la imagen en unidades mínimas en la obra Pixeladas. El trabajo metadiscursivo se acentúa en la serie Con-sequences de 2007, en el que la búsqueda se orienta hacia la desestabilización de la escena enunciativa. Molina se representa a sí mismo cara a cara con el espectador al tiempo que trabaja en una obra virtualmente situada entre él y el público.
La representación del propio cuerpo del artista o sus manos reponen la deliberada ausencia de gestualidad producto de la técnica utilizada. La impersonalidad de las perfectas superficies logradas con aerógrafo es salvada por Molina anteponiendo su propia corporeidad. Su mano es la que señala, la que elige entre la multitud, la que manipula la humanidad apretándola como un papel. Su presencia, en última instancia, ha logrado reivindicar al artista. Finalmente, desde 2012, tematiza el tiempo y la simultaneidad a través de una conjunción formal de todas sus series anteriores. El movimiento y la volumetría se reponen en sus trabajos desde entonces para cuestionar el género de la pintura como clasificación estanca.
Ahora bien, el lugar exponencial del trabajo de Molina está en los muros. Sus intervenciones son las producciones de mayor condensación semántica. Siempre con aerógrafo, representa por lo general grupos de personas en movimiento inmersos en su rutina, que es la del transeúnte ocasional, o en tensionado reposo. Los tipos humanos se amigan con el entorno y no es lo mismo una representación en Brasil que una en Estados Unidos. Nexo de intercambio directo entre el arte y el público, estas intervenciones con reminiscencias del monocromático stencilalinean la obra cerca de un street art con intenciones de inclusión social.
Molina recupera críticamente construcciones del pasado con exigencias del presente. Y aunque la tradición es convocada permanentemente en su trabajo, no lo es para emularla sino más bien sólo para cerrar su ciclo hoy desde una cita. Un revival, en el sentido que le dio Oscar Steimberg. El salto al pasado y las normas existen en tanto rebelión motivada por requerimientos del presente, de búsquedas e inquietudes del propio artista en el devenir de su producción, siempre provocadora.
Androginia Pictorica
La obra como superficie articular de incautaciones.
Puede ser tranquilizador, para entrar en la obra de Mariano Molina, ese inicial anclaje icónico de una sugestiva figuración, que sirve como primer vínculo filial con el gesto conocido. Pero su pintura es una de tipo introspectiva, no por cuanto pudiere observarse en la narración descriptiva de una posible atmósfera que induzca a ello, sino, por el referente discursivo. Su imagen figural ya no será aquel esperable extrínseco que servía como musa inspiradora tras una contemplación consustanciada con un real natural ya dado, puesto que el modelo del cual se vale es el de un mundo de imagen concebida, construida, ficticia.
Será esta iconicidad una que se erige como constante oscilación entre la presentación y la representación y que tiene sustratos en realidades creadas por obra del artificio antes que por las fuerzas indómitas de la naturaleza. Una materialidad engañosa que remite y abreva en otroras ficcionalidades y que por tal, resultan ser rememoraciones sinecdóquicas en tangibilidades que se escurren y complejizan su asibilidad.
La recurrencia figural de las obras de Molina pudiere ser vista como un instrumento que subvierte el origen, con el fin de reponerle a este las ausencias procesuales de práxis sólo plausibles de imaginar. Una especie de secuela de aquellas discursividades que se conciben a partir de pesquisas apenas rastreables e insinuables en la superficie.
En esta exposición el espacio de exhibición resulta ser el escenario de un retorno. La vuelta del cromatismo en la factura de este artista se torna cambiada en relación a la conocida antes de su exilio. El cromatismo que, si bien antes que nada habla sí mismo, se manifiesta en un aparente vociferante ensimismamiento con ciertos cambios vocales, con vestiduras extrañas y aires travestidos aunque sin vocación de disimular o solapar su complejidad.
En esta exposición el espacio de exhibición resulta ser el escenario de un retorno. La vuelta del cromatismo en la factura de este artista se torna cambiada en relación a la conocida antes de su exilio. El cromatismo que, si bien antes que nada habla sí mismo, se manifiesta en un aparente vociferante ensimismamiento con ciertos cambios vocales, con vestiduras extrañas y aires travestidos aunque sin vocación de disimular o solapar su complejidad.
Asume la obra de este artista una nueva vida de apariencia exultante para propiciar una reformulación que habilite posibles meta-discursividades en clave plástica. Lejos de erigirse como exégeta, Molina manifiesta una voluntad de tergiversar antagonismos, de insuflar rasgos extraños u opuestos a lo apariencial. Es ésta una plasticidad que no se basta con interconectar cualidades indentitarias, sino que se prueba, se viste y usa ropajes y accesorios propios de su aparente opuesto.
Esta puesta innegablemente pictórica, es a la vez un algo más allá que la mera celebración por el reencuentro con la sensualidad del color. Es la problematización de un lenguaje que se extiende y que no se basta ni agota en su asignibilidad perceptual. La materialidad de esas facturas resolutivas, obligan a escarbar y desandar el camino que esas supuraciones y exudaciones cromáticas parecen señalar.
Esta puesta innegablemente pictórica, es a la vez un algo más allá que la mera celebración por el reencuentro con la sensualidad del color. Es la problematización de un lenguaje que se extiende y que no se basta ni agota en su asignibilidad perceptual. La materialidad de esas facturas resolutivas, obligan a escarbar y desandar el camino que esas supuraciones y exudaciones cromáticas parecen señalar.
Si las pinturas de Molina son leídas en términos de visita con ampliaciones y ficcionalizaciones de posibles no satisfechos en su origen, el orden figural de las mismas es la introspección disfrazada. Una particularidad pleonásmica que sin embargo no aboga por un purismo lingüístico. Es una pintura que remite a pintura, que alberga y engendra pintura, que trasparenta y opaca discurso, que muestra por medio de atisbos y que con ellos invita a una mirada de arqueólogo.
Aquel vestigio devenido en excusa, con forma y objetualidad de rasgos palimpsésticos, creado voluntariamente por su artífice, son facturas pictóricas de las cuales se vale este hacedor, para fomentar el retorno de un elemento que, si bien no ausente ni renegado en obras de otro tiempo, opera como señuelo exultante de un algo que aspira ir mas allá de la epidermis sólo apreciable sensiblemente.
En la pintura de Mariano Molina puede observarse que el color nunca ha estado totalmente dejado de lado, aunque ahora por contraste pareciere aflorar con una fuerza inusitada. El color en obras anteriores venía a cumplir una función auxiliar antes que protagónica y celebratoria. En vez de evidenciar un lenguaje pictórico, este elemento sensible era empleado por el artista como recurso que le permitía asignarle rasgos, características, cualidades, matices, etc., a cuanto resultaba ser protagónico de las composiciones: la forma portadora de valor semántico. Una forma que no se relamía a sí misma, puesto que pretendía posicionarse como elemento de necesariedad transtextual.
Es entonces en ocasión de esta muestra que el color, en otro tiempo guardado o solapado, emerge e irrumpe al traspasar la resistencia de la tela para hacerse escuchar primero, para captar la atención que dirija la mirada a abismos de un interior no dormido. Interior que aún requiere ser hurgado, raspado, trastocado, a fin de permitir nuevas supuraciones que develen y evidencien las riquezas de esas androginias devenidas en cromatismos.
Por Juan Francisco Acuña
"Cromo Somos" de Mariano Molina con curaduría de Claudio Ongaro Haelterman.
Quimera del Arte. Del 11 de septiembre al 11 de octubre del 2015.
Humboldt 1981 - CABA
Quimera del Arte. Del 11 de septiembre al 11 de octubre del 2015.
Humboldt 1981 - CABA
Cromo Somos
El pretexto falsamente fotográfico nos convoca para dar paso al protagonismo del color, como aquella tensión originaria que genera una escena cuando deviene imagen pregnante, producto de una operación artística que se nos propone como honestidad de ser: ese es Mariano Molina y su obra.
Ante la súbita mirada de su pintura una advertencia inmediata pareciera detenernos ante los intersticios de los fragmentos, más allá de los detalles que eliden el valor de la veladura ante las cuales nos arroja: una calidad en la investigación de lo visual para quebrar la lectura de la imagen, porque pintar en sí mismo, quizás sea colorear, es decir extraer diferencia a las cosas y al mundo.
Entre rompecabezas, deconstrucciones y deconstituciones fractales se evidencia una subjetividad que se tensiona entre cromos y cronos, es decir seres hechos de color y tiempo, que en la autonomía fragmentaria de los cuerpos deslee la figura humana interviniendo la superficie con manchas y arrojos de una pintura, donde los sujetos se confunden y reaparecen entre lo multitudinario y lo colectivo.
Un epicentro de fuerzas centrífugas y centrípetas parecieran conformar un movimiento figura -fondo, como juego entre lo visto y lo percibido, para repetir aquella trama de una silueta como estallido de cuerpos públicos que intentan una constante y misma imagen para dar con el infinito visual.
Círculos, esferas o burbujas volumétricas que entre reflejos, refracciones y representaciones gotean transparencias para aumentar la profundidad solapada en el desfazaje velado de cada silueta; tramas que intervienen lomos de libros cual hendidura que interfiere en la lectura de retratos, hechos casi a luz de vela.
Mariano Molina pareciera filologizar en sus modos operacionales el mismo concepto de color que en tanto Celare, des-oculta con el movimiento de la substracción, la piel y las formas que dejan ver sus fondos. Sus cuerpos nos enfrentan desde el otro lado de la tela desafiándonos en el arrojarnos lo cromático y sus gotas de pintura ante los ojos. Esa es la diferencia entre poner el uso del color sobre una tela y un cuerpo o extenderlo con él quitándole su rostro y rasgo subjetivo.
Nos adentramos en Puntos - Ventanas con cortes transversales móviles, entre la profundidad de un adelante y un atrás en versiones de giros combinatorios que utiliza de pretexto y justificación de un supuesto testimonio fotográfico para tonificar y vibrar, generando una manera de sonificar el color.
El diccionario cromático de Mariano comienza cuando ya no da el significado de los colores sino sus prácticas, donde el juego entre lo visible e invisible de la imagen radicaliza la iluminación necesaria para ver las siluetas: quizás un nuevo orden de la invisibilidad que caracteriza lo informe.
Ojos que relegan cuerpos y figuras a la penumbra que gritarán desde ese color en un hiato geométrico hasta descender hacia lo hipotéticamente morfológico, desestando su significado para devolverlo al mundo, girando hacia otra geografía de la forma humana.
Circularidad como abertura o sobreposición a modo de rendijas, congelando ráfagas entre figura-fondo mediante la inconfundible huella que señala la historicidad del acontecimiento, a la manera de huecos que operan más allá de toda configuración. Esos son sus sujetos dispersos y colectivos de una pintura que en su proceso elabora un espacio para cercenar su centro, en una superficie que decodifica la supuesta hiperrerealidad reificando la mirada en blanco.
Si con Cromo Somos tenemos por un lado el Color y el Ser, por otro lado es indudable que se nos hace presente también, la Piel y el Peso de un Tiempo del Cuerpo como camino hacia una pintura que no soslaya su compromiso socio-político ante la elección de situaciones y escenas que revelan fuertes vivencias comunitarias.
Mariano Molina pareciera preguntarse constantemente ante el color, ¿qué y quién sos vos , figura del círculo al que uno se enfrenta cuando sale al encuentro de su forma? Quizás, nada, salvo esa presencia velada de la muerte que hace de la vida humana un indulto obtenido cada mañana en nombre de los significados de lo que callamos y que hace signo.
Dr. Claudio Ongaro Haelterman
Texto de la muestra "Cromo Somos" - Galeria Quimera - agosto 2015
El pretexto falsamente fotográfico nos convoca para dar paso al protagonismo del color, como aquella tensión originaria que genera una escena cuando deviene imagen pregnante, producto de una operación artística que se nos propone como honestidad de ser: ese es Mariano Molina y su obra.
Ante la súbita mirada de su pintura una advertencia inmediata pareciera detenernos ante los intersticios de los fragmentos, más allá de los detalles que eliden el valor de la veladura ante las cuales nos arroja: una calidad en la investigación de lo visual para quebrar la lectura de la imagen, porque pintar en sí mismo, quizás sea colorear, es decir extraer diferencia a las cosas y al mundo.
Entre rompecabezas, deconstrucciones y deconstituciones fractales se evidencia una subjetividad que se tensiona entre cromos y cronos, es decir seres hechos de color y tiempo, que en la autonomía fragmentaria de los cuerpos deslee la figura humana interviniendo la superficie con manchas y arrojos de una pintura, donde los sujetos se confunden y reaparecen entre lo multitudinario y lo colectivo.
Un epicentro de fuerzas centrífugas y centrípetas parecieran conformar un movimiento figura -fondo, como juego entre lo visto y lo percibido, para repetir aquella trama de una silueta como estallido de cuerpos públicos que intentan una constante y misma imagen para dar con el infinito visual.
Círculos, esferas o burbujas volumétricas que entre reflejos, refracciones y representaciones gotean transparencias para aumentar la profundidad solapada en el desfazaje velado de cada silueta; tramas que intervienen lomos de libros cual hendidura que interfiere en la lectura de retratos, hechos casi a luz de vela.
Mariano Molina pareciera filologizar en sus modos operacionales el mismo concepto de color que en tanto Celare, des-oculta con el movimiento de la substracción, la piel y las formas que dejan ver sus fondos. Sus cuerpos nos enfrentan desde el otro lado de la tela desafiándonos en el arrojarnos lo cromático y sus gotas de pintura ante los ojos. Esa es la diferencia entre poner el uso del color sobre una tela y un cuerpo o extenderlo con él quitándole su rostro y rasgo subjetivo.
Nos adentramos en Puntos - Ventanas con cortes transversales móviles, entre la profundidad de un adelante y un atrás en versiones de giros combinatorios que utiliza de pretexto y justificación de un supuesto testimonio fotográfico para tonificar y vibrar, generando una manera de sonificar el color.
El diccionario cromático de Mariano comienza cuando ya no da el significado de los colores sino sus prácticas, donde el juego entre lo visible e invisible de la imagen radicaliza la iluminación necesaria para ver las siluetas: quizás un nuevo orden de la invisibilidad que caracteriza lo informe.
Ojos que relegan cuerpos y figuras a la penumbra que gritarán desde ese color en un hiato geométrico hasta descender hacia lo hipotéticamente morfológico, desestando su significado para devolverlo al mundo, girando hacia otra geografía de la forma humana.
Circularidad como abertura o sobreposición a modo de rendijas, congelando ráfagas entre figura-fondo mediante la inconfundible huella que señala la historicidad del acontecimiento, a la manera de huecos que operan más allá de toda configuración. Esos son sus sujetos dispersos y colectivos de una pintura que en su proceso elabora un espacio para cercenar su centro, en una superficie que decodifica la supuesta hiperrerealidad reificando la mirada en blanco.
Si con Cromo Somos tenemos por un lado el Color y el Ser, por otro lado es indudable que se nos hace presente también, la Piel y el Peso de un Tiempo del Cuerpo como camino hacia una pintura que no soslaya su compromiso socio-político ante la elección de situaciones y escenas que revelan fuertes vivencias comunitarias.
Mariano Molina pareciera preguntarse constantemente ante el color, ¿qué y quién sos vos , figura del círculo al que uno se enfrenta cuando sale al encuentro de su forma? Quizás, nada, salvo esa presencia velada de la muerte que hace de la vida humana un indulto obtenido cada mañana en nombre de los significados de lo que callamos y que hace signo.
Dr. Claudio Ongaro Haelterman
Texto de la muestra "Cromo Somos" - Galeria Quimera - agosto 2015